viernes, mayo 06, 2005

Tlön, Uqbar, Orbis Tertius: sobre lo evidente de la barbarie y la desautorización del escritor

DANIEL SALAS
Tlön, Uqbar, Orbis Tertius es un cuento clave en Ficciones porque prefigura muchos de los temas que habrán de ser tratados en los demás relatos de esa colección. La estructura de la historia corresponde a la de una pesquisa, que se origina en el misterio de Uqbar. Una edición pirática de la Enciclopedia Británica, con la referencia aun país inexistente, es la primera pista que lleva al narrador al conocimiento de Tlön.

La historia de Tlön posee por lo menos dos avatares: por un lado, su aspecto visible, aquella laboriosa creación que ha seducido a la humanidad y que progresivamente sustituye a la realidad; por otro, su lado secreto, su origen conspirativo nacido de la voluntad de Buckley, un esclavista librepensador y, por tanto, una especie de monstruoso engendro ideológico. Que la sociedad fundada por él se llame Orbis Tertius nos hace pensar en, cuando menos, dos posibles interpretaciones: en una, Orbis Tertius es el tercer planeta, esto es, la Tierra, y así la sociedad señala su aspiración de construir un simulacro del universo humano; en otra, se trata del Tercer Reich, ideología parida sobre la base de una mezcla de mitología arcaica y razón instrumental de la modernidad (en paralelo a la extraña posición librepensadora y esclavista de Buckley).
Orbis Tertius ha planeado una conspiración textual: una serie de discursos que subyugan, gracias a su orden, a la humanidad. Nótese de qué manera el sometimiento se produce a través de las armas del lenguaje, lo que implica una perversion de la retórica:

“El contacto y el habito de Tlön han desintegrado este mundo. Encantada por su rigor, la humanidad olvida y torna a olvidar que es un rigor de ajedrecistas, no de ángeles. Ya ha penetrado en las escuelas el (conjetural) “idioma primitivo” de Tlön, ya la enseñanza de su historia armoniosa (y llena de episodios conmovedores) ha obliterado a la que presidió mi niñez; ya en las memorias un pasado ficticio ocupa el sitio del otro, del que nada sabemos con certidumbre – ni siquiera que es falso. Han sido reformadas la numismática, la farmacología y la arqueología. Entiendo que la biología y las matemáticas aguardan también su avatar… Una dispersa dinastía de solitarios prosigue. Si nuestras previsiones no erran, de aquí cien años alguien descubrira los cien tomos de la Segunda Enciclopedia de Tlön.Entonces desapareceran el inglés y el francés y el mero español. El mundo sera Tlön” (34).

En esta clave de lectura, la desaparacion “del inglés, del francés y del español” parece ser una alusión al proyecto del Tercer Reich de destruir la heterogeneidad de la civilización a favor del predominio de una “raza” superior.Así, siguiendo las categorías de “outsiders” e “insiders” a las que recurre Frank Kermode en The genesis of secrecy, Orbis Tertius funda su fuerza en una doble narrativa: una para los “insiders”, para los conocedores de la verdadera naturaleza de la sociedad; otra para los “outsiders”, a quienes les es dado conocer los seductores discursos que esta sociedad produce. Los “outsiders” son, en este caso, la masa enceguecida por la demagogia que lee acríticamente, pasivamente, la falaz historia inventada por los conspiradores. Por tanto, la perversa sociedad se basa en un sutil ocultamiento, que recuerda al de “La carta robada”, de Edgar Allan Poe, en tanto que es irrelevante que sea evidente la artificialidad de creación; no importa que el narrador haya descubierto el secreto y lo divulgue: sólo una minoría entenderá la emergencia de una realidad siniestra; la masa prefiere creer en el mundo ordenado y encantador que sustituye a la realidad, la cual, a diferencia de Tlön, es compleja e inquietante. He allí la realidad atroz y banal que se anuncia al principio del relato.

Así pues, el narrador y sus pocos lectores sutiles, los “muy pocos lectores” (13) que anuncia al inicio del relato, son poseedores también de un secreto y, sin embargo, no pueden, a través de la revelación de la verdad, contraponerse a la ominosa fuerza del simulacro. Estos “muy pocos lectores” constituyen los lectores críticos, aquellos que anteponen a la seducción de la ficción una ética de la lectura.El rastreo de la autoridad del escritor en el espacio público me lleva a Doris Sommer y un conocido estudio suyo ( “Irresistible Romance”) sobre el papel que la novela cumplió durante el siglo XIX en la constitución de los imaginarios nacionales latinoamericanos. Dicho estudio está escrito él mismo como un mito fundador, pues presupone una consistente articulación entre la escritura y la política. Dice Sommer:

“When Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa and Julio Cortázar, among others, apparently burst onto the world of literary scene of the 1960s and the 1970s, they gave the impression that nothing really notable preceded them in Latin America. That impression was reinforced at home by a regional euphoria created, in part, by Castro’s triumph in 1959. Revolution promised immediate liberation after the frustrations and disappointments with the gradual evolutionism of older liberal projects. Together with the mass consciousness industries that spread the celebratory mood, the new politics produced an inflated belief that Latin America had finally come to age”. (Sommer, 71)

Como lo afirma la misma autora, el objetivo de ese ensayo es “[t]o show the inextricability of politics from fiction in the history of nation-building”. Este propósito de insertar la novela en el papel histórico de construir y deconstruir los imaginarios nacionales del continente es contradictorio con un rasgo peculiar en la escritura de Sommer. Me refiero a ese uso vacío del objeto indirecto (“they gave the impression”; “revolution promised inmediate liberation”), así como el uso de la voz pasiva (“That impression was reinforced”), debido al cual no se hace explícito para quién el fenómeno del boom fue parte de esa gran ilusión revolucionaria en América Latina. Evidentemente, podemos llenar ese vacío con la información del contexto. La revolución cubana, qué duda cabe, causó entusiasmo a la izquierda que simpatizaba con ese proceso político. Podemos derivar, en consecuencia, que Sommer supone que la izquierda es el punto de vista priviliegiado desde el cual se observan los sucesos históricos y estéticos. Pero ello significa admitir que Sommer soslaya el hecho de que, para muchos latinoamericanos, la revolución cubana no tuvo nada de ensoñador y que, por el contrario, aparecía como un proceso amenazador y apocalíptico. Sommer, asimismo, no ofrece ninguna evidencia de que los lectores del boom en América Latina hayan, en efecto, asociado ese fenómeno editorial y estético con un proceso de liberación en el plano político.La observación no me parece banal. Si deseamos ser consecuentes con un análisis de la función histórica de la novela en América Latina, debemos tener en cuenta a qué sujetos nos estamos refiriendo.
Es evidente para mí que la perspectiva desde la cual Sommer enfoca su análisis es la de la izquierda norteamericana. Pero la izquierda norteamericana no es la comunidad de lectores latinoamericanos. Asimismo, tampoco la izquierda latinoamericana constituye la totalidad del circuito de lectores y escritores en América Latina. Sommer incurre en una asociación directa entre interpretación crítica y lectura: si las novelas del boom se propusieron inventar un nuevo lenguaje y cumplir el sueño adánico de renombrar el mundo, como ella misma lo sugiere líneas más adelante (71), entonces es el caso que los lectores percibieron las consecuencias de ese nuevo lenguaje y que, por tanto, el proyecto del boom produjo los efectos propuestos en los textos. Esta interpretación sigue el mismo esquema asignado a la novela decimonónica: allí Sommer encuentra que las novelas estructuraron proyectos nacionales, bajo la forma de romances, y que estos proyectos surtieron efectos en los imaginarios nacionales.Esta solución de continuidad es bastante cuestionable; sin embargo, es un buen indicio del lugar privilegiado que la crítica latinoamericanista de izquierda le confiere al escritor, dentro de la cual podemos ubicar los ensayos de Ángel Rama, Benedict Anderson y, ciertamente, de la misma Sommer. En los ensayos de Sommer y Anderson, el novelista del XIX aparece como el gran fabricador de los romances nacionales. El escritor es, pues, un gran constructor de “comunidades imaginarias”.

Sin embargo, parece que un examen detallado de la historia de la lectura arroja un resultado opuesto. Gustavo Faverón, quien ha estudiado al detalle la relación entre novela e imaginario nacional afirma, en efecto, que:
“Aun en el caso de que las novelas que se consideran importantes en el tiempo fundador de las nacionalidades latinoamericanas hubieran logrado un público numeroso, éste no habría sido necesariamente el lector connacional que Anderson considera obligatorio para lograr la identificación con las circunstancias nacionales que se describe en sus teorías. La novela argentina Amalia, de Mármol, se publicó originalmente en Uruguay; la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda hizo imprimir Sab en Madrid, en dos partes, entre 1841 y 1842, mientras los pocos ejemplares que llegaron a La Habana fueron retirados de las librerías cubanas; la primera edición completa de Cecilia Valdés apareció en New York en 1882, a causa del exilio de su autor, Cirilo Villaverde, y los ejemplares que llegaron a venderse en su país natal debieron luchar contra los viajes y los tropiezos de una distribución trabajosa; Aves sin nido, de Clorinda Matto de Turner, fue publicada en Lima, en 1889, pero, puesta en el índex por la Iglesia casi de inmediato, su circulación fue muy escasa”. (452-53)
Si Faverón está en lo correcto, los argumentos de Sommer se hacen endebles; sin embargo, no deja de ser cierta la construcción del mito de la autoridad del escritor. Un mito que puede estar perfectamente dentro del proyecto de los escritores y que puede traducirse en un temperamento adánico o narcisista que se plasma en la escritura.Al mito de la autoridad del escritor se opone el mito de la irrelevancia de la escritura que, en mi opinión, fue figurado por Borges, autor a quien Sommer, acertadamente, señala como el influjo más importante sobre el boom (73). La inverosímil postdata:“Entonces desaparecerán del planeta el inglés y el francés y el mero español. El mundo será Tlön. Yo no hago caso, yo sigo revisando en los quietos días del hotel de Androgué una indecisa traducción quevediana (que no pienso dar a la imprenta) del Urn Burial de Browne” (34) constituye, sin duda, desolador e irónico e implica una radical desautorización del papel político del escritor.

Borges, que se definía a sí mismo más como lector que como escritor, puede ser considerado uno de los grandes desacralizadores de la autoridad letrada.Con este final, Borges parece estar proponiendo la irrelevancia de la escritura para la difusión de la atrocidad de la historia. En efecto, el escritor ya ha cumplido con su misión de revelar la verdad, pero este menester es totalmente incompetente para mitigar el horror; después de la escritura, al autor no le queda sino refugiarse en la experiencia personal. Si la barbarie se ha apropiado del mundo, resulta consistente encerrarse en lo que todavía queda de inalienable, como es la lectura privada. Dado que el lenguaje ha sido corrompido y la comunicación se ha hecho imposible, sería una banalidad pretender dar a la imprenta la traducción quevediana de Browne. Ello parece una propiedad de la sensibilidad moderna avanzada y no es increíble que se asemeje muy bien al panorama grotesco del Perú de hoy.

Referencias
Borges, Jorge Luis. “Ficciones” Obras Completas. Buenos Aires: Emecé editores. 1956.
Rama, Ángel. La ciudad letrada. Hanover: Ediciones Norte, 1984.
Sommer, Doris. “Irresistible Romance”. Nation and Narration. Homi K Bhaba editor. London: Roudledge, 1990. 71-98.
Faverón, Gustavo. “Comunidades inimaginables: Benedict Anderson, Mario Vargas Llosa, la novela y América Latina”. Lexis. Revista de Literatura y Lingüística de la Pontificia Universidad Católica. 26, 2 (2002): 441-467.
Kermode, Frank. The genesis of secrecy: on the interpretation of narrative. Cambridge, Mass: Harvard University Press, 1979.

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