martes, noviembre 15, 2005

Camellos en la pampa


ENRIQUE PROCHAZKA

-Una de las maneras de enfrentar la obviedad es hacer las obvias revisiones que, al parecer, nadie se da el trabajo de emprender.
-Ajá. A mí me dijeron alguna vez que Camus había sido el arquero de la selección argelina de fútbol. Jamás lo he comprobado, pero se lo cuento a todo el mundo.
-Exactamente, a eso me refiero. Repetir que el camello es demasiado obvio para aparecer en el Corán es igual de fácil. El problema de los argentinos es que le creen a Borges, incluso en lo que declaradamente son sus dilectas mentiras.
-¿Quién miente?
-Tus profesores. No, ni siquiera mienten: ignoran. Fíjate: el Azora 22 (Al-Hajj, “La Peregrinación) del Corán anima a los creyentes a acudir a La Meca, y les da orientaciones acerca de los sacrificios apropiados para la ocasión. La traducción oficial islámica al inglés de la IFTA, que cuenta con el sello del Rey Fahd, no sólo dice que hay que llegar a la ciudad santa como un lean camel, como un camello magro que acaba de cruzar el desierto y se ha despojado de su carga mundana (la grasa), sino que además alerta a los creyentes acerca de las bondades de dicha bestia, de lo importante que es para los moradores del desierto, y de los procedimientos especiales de inmolación (nahr) que hay que cumplir para el sacrificio camélido en el altar de Alá, distintos a los aplicables a los demás animales. De hecho, otros versículos, apenas más arriba, proporcionan la doctrina general para el sacrificio animal, asignando así al camello en el lugar especial que ocupa entre los tesoros ancestrales del árabe como la palma, el agua y el dátil, y cuya obviedad no les quita lugar en la literatura; por cierto no en la sagrada. Es verdad que la traducción española de Juan Vernet (Plaza y Janes, 1980) acude a una serie de circunloquios para evitar decir camello en el Azora 22. Dice montura, animales inmolados (en el nahr), etc. Pero incluso esta traducción menciona decenas de veces a la camella sagrada enviada por dios a los tamud (azoras 7, 11, 26 y 54). ¿Acaso es el tema de género es una de las obviedades que la literaturas nacionales deberían esquivar?
-Habría que ver si el género es coextensivo con el sexo en la lengua árabe.
-No es.
-Ni siquiera sabes lo que significa lo que he preguntado.
-No es.
-Ahora, ¿es camella -pero no camello- políticamente correcto en un Corán español? ¿Ha leído Vernet a Borges, o a Simone de Beauvoir?


-No hay que olvidar que el Corán es libro de Alá, pero también de los Sabios y de los Dignos de Alabanza, atributos que convienen a esta exploración de los quehaceres de los escritores peruanos y de la posibilidad de lo que estén haciendo sea literatura peruana. Tampoco perdamos de vista que estas lecciones acerca de la properness de los sacrificios de cuerpos vivos fueron dictadas por un hombre que un año antes se había casado con Aisha, una niñita de diez años. (Antes de que Aisha cumpliera los veinte, las iglesias cristianas de Antioquía, Jerusalén y Alejandría habían caído bajo el sangriento alfanje de la nueva fe. El centro de la cultura occidental y la mayor fábrica de libros iluminados del mundo -la Escuela de Alejandría- se vio asfixiada por el humo de carroña de camello, inspirado por las disposiciones explícitas de el Corán.)

-Yo creo que la literatura peruana contemporánea no tiene características. A duras penas presenta rasgos comunes que pudieran describirse sin otra consecuencia que la de mostrar que uno ha permitido que la búsqueda de unidad en la multiplicidad le altere la percepción de qué es un buen libro. Hoy nuestros autores pudieran ser de cualquier parte. Hace diez años -incluso hace cinco- en nuestro país todavía había que defenderse del indigenismo o al menos de la literatura socialmente comprometida. Hoy, salvo mi abuelo que para todo efecto práctico nació hace dos siglos, nadie cree que haya que hacer un estudio quechuístico para entrar en materias peruanas, y defender el cosmopolitismo ahora es como defender las bondades del aire para la respiración. En algunos autores hay un gusto por la historia (por el desarrollo de aspectos históricos en el plot) pero ya ni siquiera es sólo historia peruana. Creo, sin embargo, que todavía estamos un poco más acá del cosmopolitismo.

-Epicuro, que dotó de contenido al término, no creía que para ser cosmopolita hubiera que ser desarraigado, y en el Jardín un individualismo a ultranza era tenido por receta contraria para la hechura de un cosmopolita. Arraigar en todas partes era el difícil requisito que nadie parecía poder asumir; en parte, porque la mayor parte de los trescientos libros escritos por Epicuro se perdieron en Alejandría, sus humos confundidos con los de pelo de camello. Todavía en 1888 se hallaba insólitos retazos de sus enseñanzas en manuscritos desenterrados en la biblioteca del Vaticano.

-Bueno, pero, con un ojo puesto en repetir el éxito de Un Mundo para Julius, los autores peruanos de hoy han leído Duque demasiadas veces. La literatura peruana contemporánea es escasa en ternura. Hay en ella muy poco desarrollo de los sentimientos hacia el otro; autores y personajes son solitarios. La novela de costumbres actual se lee y se entiende en el micro, sin hablar con nadie salvo a gritos.

-Anoche releí El escritor argentino y la tradición, en busca del contexto de aquella frase relativa al Corán y a los camellos. En primer lugar observé que ese "texto de Borges" es una transcripción taquigráfica de una clase dictada por el chiquillo este, recién renegado del ultraísmo. Apenas empecé la lectura, en el segundo o tercer párrafo, cuando asegura que el tema es un seudoproblema y dice algo así como "desarrollo patético de un fantasma" (estoy en la oficina, no tengo el libro conmigo), creí detectar cierto tono de joda, una exquisitez de esas suyas que es una paradoja que se muestra como tal sólo a unos pocos lectores. Borges se está divirtiendo mucho en esas líneas iniciales. Seguí el curso de la exposición. La había leído hacía años, desde luego, y siempre he estado de acuerdo con el argumento (sólo que -como te dije en la parte uno- representárselo en Lima en 1999 me parece un poco arrastrar los pies). Llegué a la frase de marras, que viene a continuación y como confirmación, lo dice él mismo, de un argumento relativo a la poesía gauchesca como distante de la verdadera poesía de gauchos. De pronto Borges dice que hace unos días ha hallado esta curiosa confirmación de que el color local no es necesario, nada menos que en Gibbon. Muy bien. Me imagino a dos o tres centenares de jóvenes porteños en los años treinta o cuarenta, serios y enternados, escuchando a Borges en un gran salón bien iluminado, presididos por una primera fila de circunspectos doctores y profesores. Borges cita, de pasada y de memoria, el libro L de Declinación y Caída del Imperio Romano; nadie tiene a Gibbon bajo el sobaco, nadie se lo sabe de memoria como este joven anciano, él mismo erudito reflejo de Gibbon. Lo que diga Borges del historiador inglés necesita ser cierto, aunque el historiador inglés se equivoque en su juicio, porque, como ya te lo he mostrado, el Corán está bastante poblado de camellos, y en particular de camellas. Anoche estiré la mano y cogí el Gibbon. El libro 50 narra la aparición de Mahoma entre los árabes, su bienaventurado nacimiento (la noche en que su padre desposó a su madre, narra Gibbon, doscientas vírgenes fallecieron de pena y desesperación. ¿No es esto color local?), y de pronto se las agarra a despotricar en firme contra el Corán, en siete u ocho páginas que de seguro hicieron que los tatarabuelos de los que hoy buscan a Rushdie se metieran sobredosis de haschish, puñal en mano, y surcaran los desiertos y el mar infiel en busca de su garganta.

En resumen, no encontré nada en su admirable prosa a propósito de la ausencia de camellos en el Corán. Claro, en esas páginas Gibbon sí hace algunas observaciones interesantes acerca de cómo las limitaciones del legislador iletrado, suficientes para las pobrezas del desierto arábigo, destacan su flacura ante las riquezas de Constantinopla o de Isphahán (de nuevo, no tengo a Gibbon aquí, así que perdona las inexactitudes). Hace un par de observaciones "interculturales" más, p.ej. acerca de lo simple de la creencia y de cómo esa simplicidad la ha llevado a ultramar sin variación... Busqué más allá, incluso hasta el libro 57 y más, hasta la caída de Constantinopla: nada sobre camellos ausentes.
-¿Qué pasa, entonces?
-Una de dos: o Borges en efecto encontró la cita en Gibbon, en alguna página perdida fuera del contexto arábigo al que yo he restringido mi búsqueda (lo que es muy posible, dado el gusto de Gibbon por las largísimas aposiciones) o todo el asunto es un invento del viejo. Me inclino por esta última posibilidad aun cuando sí hallemos algo en Gibbon, por una razón que concederás acertada: sí hay camellos en el Corán. Y Gibbon no podía dejar de saberlo, pues es claro que lo había leído de tapa a tapa. Borges no, y aquella tarde en la conferencia encontró, sobre la marcha, una manera divertida de acentuar su argumento.
-Y de paso, de meterle una zancadilla a un montón de argentinos...

(Fotomontaje: gfp)