lunes, enero 02, 2006

There Are More Things


H.P. Lovecraft, el maestro de Chtulhu


El mundo de Borges es un mundo de formas, por tanto, de modelos finitos. Si esto es así, lo monstruoso es una deformación de un objeto reconocible. Pero en el homenaje de Borges a Lovecraft la propuesta parece ser distinta. Lo monstruoso no está en la deformación, sino en las formas nuevas. En este cuento, entonces, “hay más cosas” no quiere decir que en lugar de cuatro continentes haya cinco, o que en vez de siete planetas haya nueve. Un continente nuevo, un planeta nuevo, prevén modelos conocidos. Si “hay más cosas” aquí parece implicar objetos inaprensibles.

Cierta vez leí que esos seres regresivos (van de la humanidad a un estado primordial) que asedian los cuentos de Lovecraft están inspirados en los inmigrantes y mestizos que al escritor norteamericano le repudiaban. El mestizo es una especie de pre-humano y además un tipo de ser que se multiplica en abundancia. Siguiendo un perverso modelo darwiniano, la raza inferior es la primordial u original. En las fantasías de Lovecraft el mundo primigenio cobraba una venganza al mundo moderno penetrando a través de ciertas fisuras que sirven de medios, como los textos arcanos y los objetos antiguos. Si en las metáforas de la inferioridad racial del siglo XIX la raza inferior estaba condenada a desaparecer porque su inferioridad implicaba su esterilidad, en el siglo XX el ser inferior es una amenaza porque su inferioridad implica proliferación. Y los primordiales de Lovecraft, en efecto, proliferan.

La casa monstruosa que ocupa el habitante se halla en Argentina y había pertenecido a Edwin Arnett, tío del narrador y agnóstico. Alexander Muir, el arquitecto que se niega a refaccionarla pero que logra descifrar su horror es amigo de Arnett, pero a diferencia de él, es un puritano. De ambos personajes se dice que “[s]us controversias teológicas con mi tío habían sido un largo ajedrez, que exigía de cada jugador la colaboración del otro”. Frente a estas dos personas que representa la cultura racionalista y libresca, se encuentran los malevos quienes colaboran con darle a la casa la forma requerida para el monstruo.

Hay una contradicción y hay un asedio no solamente de la casa, sino de mundos culturales opuestos. Podemos verlo como una pugna entre centro y periferia, entre racionalismo y cultura popular. Es como si otro mundo, invisible para quien solo entiende las cosas a través de la instrucción racionalista y puritana, estuviera emergiendo en una casita Argentina. Yo no veo en este cuento racismo, sino más bien un reconocimiento problemático de lo nuevo, especialmente de la nueva sensibilidad popular que se imagina como desbordante y carente de forma. El horror consiste, pues, en la sospechosa existencia de lo irreconocible.